martes, 11 de enero de 2011

Ninot de Neu

Em sento perdut, no vull ser adult.

Com més creixo, més ràpid passa el temps. M'adono que la vida no és cap joc, que haig de viure-la... i em sento tan cansat, han passat tantes coses, en tant poc temps, miro enrere i he viscut un món... no, un univers en un sospir. I ara em sento atrapat. Per què? Per què tant ràpid? Sense que me n'adonés he passat de crear històries amb ninots d'acció de mil pessetes a jugar amb consoles de centenars d'euros... i ara fer-ho ja no serveix. He crescut, o potser no? El món m'obliga a crèixer? Què és crèixer?

Només sé que ara estic atrapat, no tinc cap moment de descans, sempre hi ha alguna cosa que fer. Sempre. Fins i tot quan estic descansant o intentant aprofitar el meu temps lliure, m'adono que no sóc lliure. Alguna sirena se m'encén al cap i em recorda que tinc deures que acomplir, que els meus privilegis costen alguna cosa, que me'ls haig de guanyar, que res és gratuït i tot costa car.

Sóc un esclau dels meus privilegis, frueixo i mai frueixo. Sóc un ninot de neu enamorat de la caseta de plàstic que té al costat: frueix veient nevar, frueix amb la seva caseta... però alhora està patint perquè no pot trencar el vidre que el té atrapat... no pot accedir al món de més enllà, no pot sortir de la seva minúscula i efímera boleta de cristall, està condemnat a esperar que algú la sacsegi i, en el seu univers, torni a nevar. És feliç? Quantes nevades haurà viscut ja? Quantes n'hi queden? Per ell sempre tot és igual i sempre ho serà. Per mi també.

Jo sóc el Ninot de Neu.

Sospechoso

Era ya bastante tarde, bajé la escalera de mi bloque a toda prisa para atender unos recados, antes de que las tiendas cerraran sus puertas. Al llegar al rellano oí unos extraños murmullos que provenían del cuarto del fondo del vestíbulo, que estaba destinado a guardar los utensilios de limpieza para el mantenimiento de la escalera.

Normalmente la puerta estaba cerrada a cal y canto, por eso me extrañó que alguien estuviese allí. Sobretodo a aquellas horas. Me acerqué cautelosamente a fin de averiguar de qué se trataba, pues, entre otras cosas, sospeché que podía tratarse de alguna persona que tuviera la intención de asaltar la vivienda de alguno de los que allí habitábamos, pues ya había ocurrido otras veces. Sentí temor por un momento: ¿Y si terminaba herido o incluso muerto por mi jodida curiosidad? Me lo tendría más que merecido. No podía avisar a nadie hasta estar seguro de quien se trataba. Al final, mientras me debatía sobre qué hacer i cómo actuar, me hallé ante la mencionada puerta. Ya no había vuelta atrás.

Coloqué delicadamente mi oído derecho al lado de la cerradura y escuché con claridad la conversación que allí se mantenía:

- ¡Cuidado! – Dijo una voz masculina- ¡Si se rompe la goma estamos listos!

Luego, una voz femenina que asocié a la de mi joven y guapa vecina, contestó dubitativamente a la del hombre.

- ¿Y si lo hacemos sin goma...?

- No digas bobadas, la goma es imprescindible. Tú déjame hacer, que yo sé lo que me hago.

Después de un corto instante, el muchacho prosiguió:

- Bien, acércate para que te la pueda poner.

- No, da igual – dijo la chica - Dejémoslo.

- Que no, mujer, ya verás como cuando lo hagas no querrás hacer otra cosa…

- ¡Que no! Que me puedes hacer mucho daño! Que amigas mías lo hicieron y me dijeron que sangraron mucho! Por no hablar de las consecuencias que vienen después…

A todo eso empecé a sentirme avergonzado por lo que hacía. ¿Qué pasaría si me cogían espiando a una pareja de novios? La verdad es que aquello me estaba perturbando tanto que no pude alejar de mi mente la espléndida figura de mi vecina. Su cuerpo era sensacional, empezando por sus piernas, largas y finas, en las que uno querría viajar eternamente perdiendo la noción de la realidad. Su piel era tan tersa que parecía despedir un extraño fulgor y su cara parecía proceder de los mismos ángeles, pues a sus abismales ojos añadía unos labios sensuales, una nariz respingona y una larga cabellera de pelo tan oscuro como el azabache. Por no hablar del resto, madre mía, esos pechos… ¡Qué barbaridad!

Era como si un conjunto de instrumentos rozara la perfección encajando sus melodías en una perfecta harmonía que seguía al son de mis pensamientos. Cuando me di cuenta, los sudores ya habían poblado mi cuerpo. La voz de mi vecina interrumpió mi idealizada fantasía:

- ¡Me haces daño! Me la estás clavando desviada... ¡Sácala!

No pude evitar sentir como la ira se levantaba dentro de mí. ¿Será bruto el tío? ¿Desviada? Por un momento quise estar ahí dentro para poder atizar al mindundi aquel.

- No es mi culpa, es que te estás moviendo mucho.

- ¡Ah! ¿Ves? ¡Está saliendo sangre!

- No es para tanto… Hay muy poquita. Yo lo único que quiero es hacerte disfrutar…

Esas últimas palabras hicieron que me pegara aún más a la puerta.

- Ahora la has clavado bien. Sigue así, con cuidado… Así…

- ¿Ves como va bien, cariño?

- Así…

Ya no podía más. Me entraron ganas de echar la puerta abajo. ¿Dónde estarían, en el suelo, de pie? Probablemente de pie, ya que el suelo era frío y duro. ¿Estarían contra la pared, caras a ella…? Unos pasos interrumpieron de nuevo a mi imaginación. Alguien bajaba a toda prisa por la escalera. Mierda, ¿qué debía hacer? A toda prisa me metí en el pequeño hueco que hay entre la escalera y el suelo del vestíbulo. Por suerte, el individuo que bajó, lo hizo corriendo a la par que silbando, por lo que ni siquiera se percató de mi presencia. Al ver que había marchado, me recoloqué de nuevo tras la puerta a escuchar:

- Bueno, esto ya está –dijo la voz del muchacho.

- Ah… Es fantástico…

- Lo ves, ya te lo dije!

- Venga, vámonos.

¡Maldita sea! Me había perdido toda la acción y ahora parecía que iban a cogerme espiando! Cuando sentí como agarraban el pomo de la puerta, la voz de la chica volvió a decir algo al muchacho:

- No dejes las jeringuillas aquí. Tirémoslas a la calle.

En ese momento por fin descubrí el sentido a la expresión “las apariencias engañan”.