viernes, 9 de diciembre de 2011

BlackLabyrinth (4)



La luna brillaba recortando nubes oscuras en el cielo que cada poco la ocultaban, era una noche cálida, como lo había sido la tarde aunque las temperaturas empezarían a bajar en picado ahora que la medianoche era pasada.
Salió de aquella casa como había entrado, tan silenciosamente que el perro , un enorme pastor Alemán, ni tan siquiera levanto las orejas, continuó durmiendo plácidamente en su caseta.
Al llegar al muro del jardín dejó a un lado el silencio y esprinto para llegar al borde de la barrera, colgado a horcajadas con una pierna dentro del recinto y la otra fuera puso la mano en el bolsillo y extrajo un silbato plateado, se bajó el pañuelo que le cubría la nariz y se acercó el instrumento a los labios.
Nadie oyó nada… excepto el perro, este se enderezó súbitamente y empezó a ladrar con fuerza, corrió hacia la puerta de hierro del jardín y se estampo con ella, siguiendo el rastro de alguien que ya no estaba allí. Unos segundos después otra figura salió de la casa, el perro la persiguió pero no llegó a alcanzarla, no era ni por asomo tan rápido como la primera, ni ágil, mucho menos silenciosa, sólo tenían en común una cosa. Fueran quienes fueran ambos iban vestidos de negro, fueran quienes fueran eran los dos únicos seres que sabían porqué en aquella casa se había cometido aquél crimen tan atroz.
A causa de los ladridos del perro, una luz se abrió en una de las habitaciones de arriba alguien se levantó muy cabreado con el perro, dispuesto a hacerle callar, pero algo en el pasillo detuvo a aquél tercer personaje. Un grito de mujer hendió el aire y pronto este grito seria seguido por las sirenas de la policía y una ambulancia que llegaba muy, muy tarde.
La noche había dejado de ser cálida.


Llegué a casa haciendo el menor ruido posible para no despertar a mis padres y no me sentí seguro hasta que no entré en mi habitación.
Me ahogaba, respiraba tan violentamente que apenas tragaba aire, aunque expulsaba un montón, empecé a marearme. Seguro de que iba a perder el conocimiento  empecé a arrancarme la ropa del cuerpo y a esconderla en el trasfondo oculto en mi armario. Si no lo hubiera hecho tantas veces por costumbre, el mareo sin duda me habría impedido esconder las pruebas. Cuando me hube quitado hasta el último retazo de ropa de mi cuerpo me tendí, tambaleante, en mi cama. Todo me daba vueltas, un nudo en mi pecho me impedía respirar, o llegaba oxigeno a mi cerebro.
Sabía que iba a vomitar, quizás quedara inconsciente, pensaba que ,con suerte, al fin moriría. Pero nada de eso sucedió.
Una lágrima resbalo por mi mejilla derecha, otra por mi mejilla izquierda un grito ahogado me estalló en el cuello y empecé a sollozar desconsolado, podía respirar, me ahogaba y respiraba al tempo que marcaban mis sollozos, sólo conseguí no gritar agarrando un cinturón de cuero de un cajón de mi mesita y mordiéndolo furiosamente mientras las lágrimas caían cómo una cascada.
Muerto de rabia y dolor, me dormí sin comprender que estaba dormido.






Me desperté chillando, amarado en sudor.
Al principio me vi envuelto en la misma oscuridad del sueño y me asusté, pero al poco mis ojos se acostumbraron y pude divisar ligeros rastros de objetos conocidos. Algunos haces de luz plateada se filtraban a través de la persiana mal cerrada. Estaba en mi habitación. Súbitamente agotado, me derrumbé encima del colchón y vi en el techo marcada con un láser rojo la hora. 2:21 Siempre era aquella hora. Aquella dichosa hora, aquél maldito sueño, otra vez, nunca lo recordaba, pero sabía que había soñado “Eso” porqué siempre me despertaba muerto de miedo a la misma hora.
“No puede ser, ya van cuatro veces esta semana…”, cerré los ojos y noté algo extraño, al rozarlos con mis dedos noté la humedad. Estaba llorando. Enfadado, agarré el cojín y lo tiré al otro lado de la habitación, luego me tapé hasta los ojos con la manta. Caí dormido antes de que esta se posara encima de mi cuerpo.
Aún dormido un par de lágrimas resbalaron de entre mis párpados.

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