- ¿Has visto Dani?
Gemma no ha venido hoy a clase… -. Como de costumbre, yo estaba basculando en
mi silla, esperando el inicio de la clase de matemáticas sin demasiada ansia. Estaba
preocupado por si los matones de Alex querían amenazarme hoy también y al principio
no me percaté de que Carol se dirigía a mí.
- Dani… Dani, ¿me
oyes?-. De golpe me di cuenta de que me hablaban y me giré un poco avergonzado:
- Perdona Carol, si,
es extraño que Gemma no venga… no suele perderse ninguna clase.- La chica me
miró, parecía que quería decir algo, pero se quedó callada y bajó la mirada
hacía su pupitre incómoda.
Siempre me hacía lo
mismo, Carol y yo nos conocíamos desde primaria y de pequeños habíamos sido muy
amigos, pero al empezar el instituto nos pusieron en clases distintas y nuestra
amistad se enfrió, ahora la habían traspasado al cuarto B porqué sus notas
habían mejorado y desde el principio de curso que intentaba hablarme con frecuencia,
sin que de hecho acabáramos intercambiando más de dos o tres frases triviales.
Por cierto, siempre me
había parecido curiosa la política del instituto de disponer a los alumnos por
clases función de sus notas. Era un sistema absurdo ideado por los mandamases
del centro que ante las quejas reiteradas de los padres por el sistema, sólo se
les ocurrió maquillarlo cambiando el orden lógico, la “B” era la clase de los
sobresalientes, la “A” la de los notables, la “D” de los “bien” y “suficiente”
y la “C”… bueno, digamos que era una preparatoria para aquellos alumnos más
dotados para la formación profesional.
Esta maniobra, llevada a cabo para
adaptar el nivel de las asignaturas a las necesidades de cada alumno no parecía
tener un efecto concreto más allá de destrozar la moral de aquellos pobres
chicos y chicas que pertenecían a la clase “D” o “C” y, de todas formas, los
alumnos que escapaban a cualquiera de las cuatro categorías, véase futuros
delincuentes, estaban repartidos por las cuatro clases así que, en fin, en la
clase de los “genios/empollones” “B” te encontrabas elementos cómo Alex.
En medio de mis pensamientos
sobre cómo se organizaba la enseñanza pública de este país, parecía que hoy
sólo pasaban por mi cabeza desgracias, no me percaté de que la profesora
Matilde había entrado en clase y ya había empezado a escribir en la pizarra.
A toda prisa saqué la
libreta de la mochila y empecé a copiar lo que ponía, aunque al ver abierta la
maleta mis pensamientos volaron de la clase otra vez.
“ ¿Qué llevaría ayer Miquel
en la mochila que provocará su enojo cuando la miré? Sólo vi un folio negro…
pero, no sé porqué, tuve un escalofrío al verlo, ¿qué sería?”. Mi pupitre
estaba al lado de la ventana y me acerqué a mirar, desde el segundo piso tenía
una vista privilegiada del patio, fuera, en la puerta había los típicos
estudiantes fumando María, identifiqué a Alex y recé para que decidiera
saltarse todas las clases e irse pronto… o al menos antes de que yo tuviera que
cruzar la misma entrada en la que él se apoyaba con sus compinches para ver las
moscas pasar entre risitas incoherentes.
Un alumno se acercó a
la entrada, lo identifiqué cuando vi que los seis Yonkis del portal de ponían
rígidos de golpe y se giraban hacía el recién llegado. Era Miquel.
Por un momento temí
que lo atacarán y ya me disponía a advertir a la profesora cuando vi que Miquel
pasaba entre ellos sin ningún temor, apenas si se fijo en que seis pares de
ojos lo seguían mientras entraba en el patio. Ninguno dijo nada, ninguno hizo
amago de agredirle, tan sólo lo miraban y ni siquiera sus rostros eran
amenazantes, advertí con asombro, lo miraban con una mezcla de confusión,
respeto, precaución y… ¿miedo? ¿Podía ser?
- ¿Daniel, te
importaría atender a la clase?-. Me giré hacía el rostro iracundo de la
profesora ruborizado y me disculpé, mientras el cuarto “B” en bloque se reían
por la “pillada”.
Miguel entró en clase
unos segundos después, pidió permiso a la profesora, que le respondió que ya le
había puesto falta de asistencia y que ahora no se la podía quitar, no pareció
importarle demasiado, se sentó en su mesa del final del aula. Parecía cansado,
se le marcaban las ojeras cómo sino hubiera dormido bien y parecía que no había
tenido tiempo de ducharse o, al menos, de peinarse.
Pensé en preguntarle
qué le pasaba durante el recreo, aunque me daba cierto corte, como ya dije,
Miquel me intimidaba bastante, parecía de esa clase de personas que ponen un
muro entre ellos y los demás y ,seguro que si ponían un muro, era por qué no les apetecía nada que alguien
se metiera en sus asuntos.
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