viernes, 9 de diciembre de 2011

BlackLabyrinth (5)


- ¿Has visto Dani? Gemma no ha venido hoy a clase… -. Como de costumbre, yo estaba basculando en mi silla, esperando el inicio de la clase de matemáticas sin demasiada ansia. Estaba preocupado por si los matones de Alex querían amenazarme hoy también y al principio no me percaté de que Carol se dirigía a mí.

- Dani… Dani, ¿me oyes?-. De golpe me di cuenta de que me hablaban y  me giré un poco avergonzado:

- Perdona Carol, si, es extraño que Gemma no venga… no suele perderse ninguna clase.- La chica me miró, parecía que quería decir algo, pero se quedó callada y bajó la mirada hacía su pupitre incómoda.

Siempre me hacía lo mismo, Carol y yo nos conocíamos desde primaria y de pequeños habíamos sido muy amigos, pero al empezar el instituto nos pusieron en clases distintas y nuestra amistad se enfrió, ahora la habían traspasado al cuarto B porqué sus notas habían mejorado y desde el principio de curso que intentaba hablarme con frecuencia, sin que de hecho acabáramos intercambiando más de dos o tres frases triviales.

Por cierto, siempre me había parecido curiosa la política del instituto de disponer a los alumnos por clases función de sus notas. Era un sistema absurdo ideado por los mandamases del centro que ante las quejas reiteradas de los padres por el sistema, sólo se les ocurrió maquillarlo cambiando el orden lógico, la “B” era la clase de los sobresalientes, la “A” la de los notables, la “D” de los “bien” y “suficiente” y la “C”… bueno, digamos que era una preparatoria para aquellos alumnos más dotados para la formación profesional.

Esta maniobra, llevada a cabo para adaptar el nivel de las asignaturas a las necesidades de cada alumno no parecía tener un efecto concreto más allá de destrozar la moral de aquellos pobres chicos y chicas que pertenecían a la clase “D” o “C” y, de todas formas, los alumnos que escapaban a cualquiera de las cuatro categorías, véase futuros delincuentes, estaban repartidos por las cuatro clases así que, en fin, en la clase de los “genios/empollones” “B” te encontrabas elementos cómo Alex.

En medio de mis pensamientos sobre cómo se organizaba la enseñanza pública de este país, parecía que hoy sólo pasaban por mi cabeza desgracias, no me percaté de que la profesora Matilde había entrado en clase y ya había empezado a escribir en la pizarra.
A toda prisa saqué la libreta de la mochila y empecé a copiar lo que ponía, aunque al ver abierta la maleta mis pensamientos volaron de la clase otra vez.

“ ¿Qué llevaría ayer Miquel en la mochila que provocará su enojo cuando la miré? Sólo vi un folio negro… pero, no sé porqué, tuve un escalofrío al verlo, ¿qué sería?”. Mi pupitre estaba al lado de la ventana y me acerqué a mirar, desde el segundo piso tenía una vista privilegiada del patio, fuera, en la puerta había los típicos estudiantes fumando María, identifiqué a Alex y recé para que decidiera saltarse todas las clases e irse pronto… o al menos antes de que yo tuviera que cruzar la misma entrada en la que él se apoyaba con sus compinches para ver las moscas pasar entre risitas incoherentes.

Un alumno se acercó a la entrada, lo identifiqué cuando vi que los seis Yonkis del portal de ponían rígidos de golpe y se giraban hacía el recién llegado. Era Miquel.

Por un momento temí que lo atacarán y ya me disponía a advertir a la profesora cuando vi que Miquel pasaba entre ellos sin ningún temor, apenas si se fijo en que seis pares de ojos lo seguían mientras entraba en el patio. Ninguno dijo nada, ninguno hizo amago de agredirle, tan sólo lo miraban y ni siquiera sus rostros eran amenazantes, advertí con asombro, lo miraban con una mezcla de confusión, respeto, precaución y… ¿miedo? ¿Podía ser?

- ¿Daniel, te importaría atender a la clase?-. Me giré hacía el rostro iracundo de la profesora ruborizado y me disculpé, mientras el cuarto “B” en bloque se reían por la “pillada”.

Miguel entró en clase unos segundos después, pidió permiso a la profesora, que le respondió que ya le había puesto falta de asistencia y que ahora no se la podía quitar, no pareció importarle demasiado, se sentó en su mesa del final del aula. Parecía cansado, se le marcaban las ojeras cómo sino hubiera dormido bien y parecía que no había tenido tiempo de ducharse o, al menos, de peinarse.

Pensé en preguntarle qué le pasaba durante el recreo, aunque me daba cierto corte, como ya dije, Miquel me intimidaba bastante, parecía de esa clase de personas que ponen un muro entre ellos y los demás y ,seguro que si ponían un  muro, era por qué no les apetecía nada que alguien se metiera en sus asuntos.

BlackLabyrinth (4)



La luna brillaba recortando nubes oscuras en el cielo que cada poco la ocultaban, era una noche cálida, como lo había sido la tarde aunque las temperaturas empezarían a bajar en picado ahora que la medianoche era pasada.
Salió de aquella casa como había entrado, tan silenciosamente que el perro , un enorme pastor Alemán, ni tan siquiera levanto las orejas, continuó durmiendo plácidamente en su caseta.
Al llegar al muro del jardín dejó a un lado el silencio y esprinto para llegar al borde de la barrera, colgado a horcajadas con una pierna dentro del recinto y la otra fuera puso la mano en el bolsillo y extrajo un silbato plateado, se bajó el pañuelo que le cubría la nariz y se acercó el instrumento a los labios.
Nadie oyó nada… excepto el perro, este se enderezó súbitamente y empezó a ladrar con fuerza, corrió hacia la puerta de hierro del jardín y se estampo con ella, siguiendo el rastro de alguien que ya no estaba allí. Unos segundos después otra figura salió de la casa, el perro la persiguió pero no llegó a alcanzarla, no era ni por asomo tan rápido como la primera, ni ágil, mucho menos silenciosa, sólo tenían en común una cosa. Fueran quienes fueran ambos iban vestidos de negro, fueran quienes fueran eran los dos únicos seres que sabían porqué en aquella casa se había cometido aquél crimen tan atroz.
A causa de los ladridos del perro, una luz se abrió en una de las habitaciones de arriba alguien se levantó muy cabreado con el perro, dispuesto a hacerle callar, pero algo en el pasillo detuvo a aquél tercer personaje. Un grito de mujer hendió el aire y pronto este grito seria seguido por las sirenas de la policía y una ambulancia que llegaba muy, muy tarde.
La noche había dejado de ser cálida.


Llegué a casa haciendo el menor ruido posible para no despertar a mis padres y no me sentí seguro hasta que no entré en mi habitación.
Me ahogaba, respiraba tan violentamente que apenas tragaba aire, aunque expulsaba un montón, empecé a marearme. Seguro de que iba a perder el conocimiento  empecé a arrancarme la ropa del cuerpo y a esconderla en el trasfondo oculto en mi armario. Si no lo hubiera hecho tantas veces por costumbre, el mareo sin duda me habría impedido esconder las pruebas. Cuando me hube quitado hasta el último retazo de ropa de mi cuerpo me tendí, tambaleante, en mi cama. Todo me daba vueltas, un nudo en mi pecho me impedía respirar, o llegaba oxigeno a mi cerebro.
Sabía que iba a vomitar, quizás quedara inconsciente, pensaba que ,con suerte, al fin moriría. Pero nada de eso sucedió.
Una lágrima resbalo por mi mejilla derecha, otra por mi mejilla izquierda un grito ahogado me estalló en el cuello y empecé a sollozar desconsolado, podía respirar, me ahogaba y respiraba al tempo que marcaban mis sollozos, sólo conseguí no gritar agarrando un cinturón de cuero de un cajón de mi mesita y mordiéndolo furiosamente mientras las lágrimas caían cómo una cascada.
Muerto de rabia y dolor, me dormí sin comprender que estaba dormido.






Me desperté chillando, amarado en sudor.
Al principio me vi envuelto en la misma oscuridad del sueño y me asusté, pero al poco mis ojos se acostumbraron y pude divisar ligeros rastros de objetos conocidos. Algunos haces de luz plateada se filtraban a través de la persiana mal cerrada. Estaba en mi habitación. Súbitamente agotado, me derrumbé encima del colchón y vi en el techo marcada con un láser rojo la hora. 2:21 Siempre era aquella hora. Aquella dichosa hora, aquél maldito sueño, otra vez, nunca lo recordaba, pero sabía que había soñado “Eso” porqué siempre me despertaba muerto de miedo a la misma hora.
“No puede ser, ya van cuatro veces esta semana…”, cerré los ojos y noté algo extraño, al rozarlos con mis dedos noté la humedad. Estaba llorando. Enfadado, agarré el cojín y lo tiré al otro lado de la habitación, luego me tapé hasta los ojos con la manta. Caí dormido antes de que esta se posara encima de mi cuerpo.
Aún dormido un par de lágrimas resbalaron de entre mis párpados.

jueves, 19 de mayo de 2011

BlackLabyrinth (3)


- Gra…gracias-. Me sentía fatal, por mi culpa Miquel había tenido que pelear contra el salvaje de Alex y su pandilla. Alcé el rostro para mirar la cara de aquél chico al que apenas conocía y que incomprensiblemente me había ayudado.



- De nada-. Ni tan siquiera alteró la expresión, ni me miró. Cualquiera diría que en lugar de recibir una paliza en mi lugar me había prestado un boli.



Ambos caminábamos hacia el centro de la ciudad, yo aún llevaba su mochila, no me había atrevido a devolvérsela desde que empezó la pelea. Lo cierto es que aunque me había salvado, aquél chico me impresionaba bastante.




Nos paramos delante de la calle principal, esperando que se pudiera verde el semáforo.



Él se había enfrentado a cuatro cafres y, pese a que había recibido varios golpes, nadie hubiera sabido decir cuál de los cinco había acabado más malparado. De hecho, cuando oímos las sirenas de los coches de policía, alguien debió de llamarlos para parar la pelea, y todos salimos corriendo (asustados no sé muy bien por qué, pues ni Miquel ni yo habíamos hecho nada) hubiera apostado mi sueldo de verano qué esos cuatro estaban agradecidos de poder irse sin que pareciera que huían.



Luz verde, cruzamos la calle.



- ¿A dónde vas?-. Su voz me sacó con brusquedad de mi ensoñación.



- A la calle Corona… cerca de la plaza.- Respondí, su cara no traslucía ninguna emoción, estaba, simplemente tranquilo, inexpresivo.



- Yo voy un poco más lejos… -. No añadió nada más, supuse que, por el momento, seguiríamos por el mismo camino.



Al principio cuando se abalanzaron sobre él, Miquel no pudo con los cuatro a la vez y empezó a recibir una lluvia de golpes, pero, poco a poco, empezó a defenderse mejor, lanzó a Junior con una llave al suelo y asestó una patada a "Moreno" que lo impulsó para atrás. Desde entonces en ningún momento luchó con más de dos a la vez y cuanto más rato pasaba más recibían los cuatro. Simplemente Miquel era más rápido, mucho más.



- ¿Vives por aquí?-. Sin darme cuenta llegamos a la plaza del ayuntamiento.


- Si-.

- ¿Perfecto, me devuelves mi mochila, por favor?-. Avergonzado se la devolví con prisas y se me cayó al suelo.


- Perdona, ya la cojo -. Cuando iba a recogerla, vi que en la hendidura que formaban las dos cremalleras asomaba la punta de un folio negro. Miquel arrancó del suelo la mochila y se la colgó, y digo "arrancó" por qué lo hizo con un ademán veloz, casi violento.


- Me voy-. Con el rostro, esta vez sí, ligeramente turbado empezó a cruzar la plaza.


Me quedé mirando cómo se alejaba. Me sentía angustiado sin saber muy bien porqué, introduje la llave en la cerradura de mi casa, aunque con esfuerzo pues, inexplicablemente mi mano temblaba.


La imagen de aquella cartulina negra, o lo que fuera, se me había quedado gravada en la cabeza. Sentí un escalofrío mientras entraba, con la sensación inexplicable de que una presencia a mis espaldas me observaba.


Pero en la calle no había nadie.

viernes, 1 de abril de 2011

Black Labyrinth (2)

Las nubes se teñían de rosa y naranja por el ocaso y hacía un calor prohibitivo para ser mediados de Octubre. A las cinco de la tarde todos los estudiantes salían a trompicones del instituto, a disfrutar del privilegiado ambiente, por el contrario, a mi las nubes rosas y el calor me hacían sentir extraño, tenía un mal presentimiento aunque, claro, con el sobre negro en el interior de mi mochila mi humor no era el más adecuado.



Bueno, sin rodeos, que aquella calma vespertina me daba un mal rollo brutal.



Paso a paso, me fui alejando del instituto, algún que otro compañero de clase me saludó, aunque no le hice demasiado caso, tenía ganas de estar sólo para descubrir el contenido del sobre, aunque hasta que el último rayo de sol se ocultará en el horizonte no podría abrirlo, esa era la primera regla.



Súbitamente, empecé a oír gritos a mi alrededor, volví a la realidad de golpe y me giré hacia el origen del grito. Aunque quizás fuera más correcto decir que el origen del grito se me abalanzó.



Un chico chocó contra mi, cabeza contra cabeza, me retiré dolorido y él hizo lo propio pero, al echarse para atrás, algo le golpeó y cayó de bruces al suelo. Mi mente tardó unos instantes en percatarse de la situación. En el suelo ,a mis pies, se encontraba un pobre chico llamado Dani, iba a la clase de Cuarto B cómo yo, aunque nunca habíamos intercambiado más de dos palabras seguidas. El origen de su caída y, intuí, su choque contra mí era otro de mis "compañeros" del Cuarto B ,Alex, acompañado de tres tipos cuyas caras me sonaban pero a los cuales no pude adjudicar aula o curso.



- ¡Mira por dónde vas ,idiota!-. Alex le propinó un puntapié a Dani que se retorció en el suelo. – ¡Mirad! Si tiembla cómo una nenaza, ¿es que no vas a pedir disculpas, nenaza?- . El pobre de Dani desde el suelo se giró levemente, visiblemente asustado por la súbita agresión.



- Pe… perdón, yo no quería chocar contra vosotros, iba distraído y…-. El grito de dolor de Dani se oyó por toda la calle, Alex lo pisoteó con brutalidad un par de veces y sus amigos se rieron al ver que el pobre de Dani gateaba desesperado hacía mí.



Al principio se cubrió asustado al ver mis piernas, supongo que pensaría que también lo iba a patear. Al mirarme, vi que tenía lágrimas en los ojos.



Con el grito de Dani muchos estudiantes que aún quedaban por los alrededores del instituto se acercaron a ver qué pasaba, algunos preguntaban cual era la situación, otros, más avispados, ponían al corriente a los primeros. Miré a mi alrededor, calibrando la opinión general que tenían los allí presentes sobre la situación.



Aunque algunos parecían reprobar la conducta de Alex y su grupo nadie alzaba la voz para mostrar su desacuerdo, algunos incluso se limitaban a observar atentos, cómo esperando a ver cómo continuaba el espectáculo.



Reconocí a algunos de los que iban a mi clase y podría apostar que muchos eran amigos de Dani, al fin y al cabo a diferencia mía, él había estudiado en aquél instituto desde el principio de la secundaria y era un chico amable y simpático, aunque recibía algunas burlas por su lánguido cuerpo se podía considerar uno de los chicos populares de la clase.



Y aún así, nadie decía nada, nadie hacía nada por ayudarlo. Asqueado, miré a Alex a la cara. Bueno, era sin duda uno de aquellos tipos con los que uno intenta llevarse bien para no tener problemas, en ese instituto no se hacía bachillerato y él había repetido una o quizás dos veces, eso lo convertía en el alumno más grande de todo el instituto. Media metro ochenta y era bastante fuerte, se notaba que iba al gimnasio y sus tres lacayos eran por el estilo, aunque no tan robustos.



Supongo que es normal que nadie intervenga, aún así estas cosas siempre me han asqueado.



Le tendí mi mano a Dani, que la cogió cómo si fuera un flotador en pleno pacífico. Tiré de él para ayudarlo a levantarse aunque de hecho casi me lo llevo por delante. Pesaba aún menos de lo que su pequeñez sugería.



Alex me miró sorprendido, preguntándose cuales eran mis intenciones.



Me limité a poner la mano en el hombro de Dani y a obligarlo a avanzar conmigo entre aquella escoria. Al pasar a la altura del último de ellos, un tipo con el pelo largo mezcla de gitano y rapero, este me golpeó con el hombro.



- ¿Me has empujado? -.



- ¿Has empujado a Junior?-. Repitió Alex con una voz que decía claramente "tienes problemas".



Suspiré exasperado, hoy estaba siendo un mal día. Miré a Dani, estaba aterrado, en sus ojos leí lo que no le salía por la boca "perdón por meterte en esto", acompañado de un "Por favor, no me abandones a mi suerte".



Resoplé, estaba realmente asqueado. Lentamente me desembaracé de la mochila y se la di a Dani.



- Guárdame esto, por favor…-. Entonces me acordé del sobre negro que contenía.- Ni se te ocurra perderla, ¿vale?-. Me giré hacía los cuatro matones, dejando caer mi abrigo en el suelo.



"Hoy está siendo un día pésimo".



- No, no he empujado a nadie, pero no te preocupes, puesto que si buscas una excusa para pelear la has encontrado… me dan asco los humanos, un asco tremendo. Y tú y los tres cobardes que te acompañan sois del tipo de humanos que más asco me dan.-



- Ya tienes tu excusa, ahora ven.-. Tardaron unos segundos en reaccionar, luego se me abalanzaron los cuatro a la vez.



"En serio, que asco de humanos".

miércoles, 30 de marzo de 2011

Black Labyrinth (1)

- Mediante su inteligencia y la utilización de los recursos disponibles a su alrededor el ser humano ha escalado hasta la cima de su ecosistema, convirtiéndose en el dominador del planeta… sus características lo convierten en el animal más particular y extraordinario conocido…-.

“Hay días en los que me aburro tanto en clase que desearía no haberme despertado... de hecho, creo que de cuando en cuando me duermo encima de mi pupitre, aunque quizás los fragmentos del discurso del profesor que me pierdo no se deban a fugaces ataques de somnolencia sino, más bien, al cacarear insistente de los demás alumnos y, sobretodo, alumnas de la clase que se meten dentro de mi cabeza como si del zumbido de miles de moscas cojoneras se tratara. A mí tampoco me gusta estar en clase pero, ya que estamos obligados a ello, ¿qué les costaría callarse y dedicarse a ignorar al profesor de forma silenciosa?”.

- ¿Tienes algo que objetar Miquel? -. “Mierda, me he quedado absorto en mis pensamientos y debo haber mirado al profe con cara de mala leche, otra vez”

- Si, objeto que me llamo Miguel , no “Miquel”-.

- Estamos en Cataluña -.

- Ya sé que estamos en Cataluña, pero mis padres son Andaluces y me bautizaron Miguel, los nombres no se traducen.- El profesor me mira con ardor, es de ese tipo de gente que no soporta que la contradigan y aún menos con argumentos validos.

- No contestes-.

- No pregunte-.

- Expulsado, ve a la sala de guardia-. Me levanto de mi asiento con desgana, ante las miradas extrañadas de mis compañeros, no es para nada habitual que me expulsen, bueno, de hecho no es para nada habitual que tan siquiera hable en clase, pero este profesor, Gerard Jonquera licenciado en filología Hispánica y profesor de castellano, me tiene especial manía.

Justo cuando llego a la puerta del aula se me ocurre una cosa. Sonriendo, me giro hacia el profesor y le doy un solemne apretón de manos ante su perplejidad.

- Gracias, Gerard , librarme de este sermón interminable es, sin duda, el premio a mi conducta que tanto merezco.-. Para cuando he cerrado la puerta de la clase todos los alumnos de cuarto de Eso se están carcajeando ante los inútiles intentos del profesor de conseguir que estén en silencio. Sé que esto me va a costar un buen tirón de orejas más tarde, pero lo cierto es que no me importa demasiado. No tengo ninguna intención de ir a la sala de guardias por lo que me dirijo al final del pasillo y bajo las escaleras hasta llegar a la planta baja, para luego salir tranquilamente al patio de detrás del instituto. El día está nublado, parece que va a llover, pero curiosamente la temperatura no es para nada fría.

Empiezo a pasear por el patio sin rumbo fijo pero, pasados unos segundos, me detengo súbitamente.

“Me ha parecido oír… no, no puede ser”. Aunque en el fondo de mi ser sé que sí que lo es. De nuevo se oye ese estridente silbido que me pone los pelos de punta, se asemeja al sonido que hace cuando accidentalmente rascas la pizarra con una uña.

Proviene de detrás del gimnasio dónde hacemos educación física.

Sigo el sonido teniendo especial cuidado en que ninguno de los alumnos de segundo que están haciendo clase me vea a través de los ventanales.

Entre el gimnasio y la valla que delimita el instituto sólo hay un estrecho pasillo de arena que no llega a los dos metros de anchura.

Aunque el silbido sigue sonando aparentemente no hay nadie allí, bueno, eso no es del todo correcto, yo sé que hay alguien, pero si cualquier otro estudiante mirara aquél estrecho sendero no vería a nadie.

Me acerco al sonido, su origen se encuentra hacia la mitad del gimnasio. Tengo la boca seca, como siempre noto escalofríos, aunque intento no demostrarlo.

- ¿Es que nunca me vais a dejar en paz?-. Exclamo a la nada. La única respuesta es el cese del silbido. El silencio se adueña del lugar, pero eso no hace sino aumentar la sensación de peligro.

A mis pies, se encuentra un gran sobre negro. No estaba allí unos segundos antes.

Quizás sea sólo mi imaginación pero justo enfrente mío se ve el paisaje más oscuro cómo si la luz pasara a través de un filtro opaco que la distorsionara.

Trago saliva y recojo el sobre, siento claramente que alguien me está observando mientras me alejo del lugar. Tengo miedo, pero no puedo hacer nada.

Me da miedo aquello que ha dejado el sobre a mis pies… pero sé que “eso” no es nada a lo que deba temer. Al menos nada en comparación con el contenido del sobre.




domingo, 20 de marzo de 2011

Black Labyrinth

Estaba corriendo, en un lugar en el que nada parecía avanzar ni retroceder, por mucho que corriera todo a mí alrededor era oscuro y asfixiante, cómo si pasara a través de una densa nube de humo. Desesperado, apreté el paso aún más, hasta el punto en que empecé a sudar.

Pero no servía de nada, estaba encerrado en aquel mar de oscuridad, todo era vacío a mí alrededor, ni tan siquiera oía mis pisadas contra el suelo, ¿suelo? Entonces me arrodillé esperanzado, si estaba corriendo tenía que estar haciéndolo encima de algo tangible, puse mis manos en la penumbra, esperando alcanzar con mis dedos un soporte duro. No fue así, mis manos se hundieron en la nube negra hasta desaparecer de mi vista, sentí como si súbitamente tiraran de ellas hasta que dejé de sentir los dedos, luego las palmas. Aterrado tiré hacia arriba con todas mis fuerzas, era inútil, lo que fuera que tirara de mí me arrastró hasta que mis codos también desaparecieron. Entonces me maldije a mí mismo, recordando que no debía tocar la Black Labyrinth. ¿Black Labyrinth? ¿Qué demonios estaba diciendo, qué era la black labyrinth? Me había hundido casi hasta los hombros en la oscuridad, intenté chillar, pegar los pies en el suelo para tirar hacia arriba, pero también los pies fueron absorbidos, luego las piernas. Casi había desparecido todo mi ser, empecé a llorar, pero las lágrimas no llegaron a caer de mi rostro, pues la oscuridad había hecho desaparecer ya mi barbilla, luego la boca, no pude chillar más, la nariz, me ahogaba, de pronto la oscuridad empezó a teñir mis ojos, hasta que todo fue negro.

Me desperté chillando, amarado en sudor.

Al principio me vi envuelto en la misma oscuridad y me asusté, pero al poco mis ojos se acostumbraron y pude divisar ligeros rastros de objetos conocidos. Ligeros haces de luz plateada se filtraban a través de la persiana mal cerrada. Estaba en mi habitación. Súbitamente agotado, me derrumbé encima del colchón y vi en el techo marcada con un láser rojo la hora. 2:21 Siempre era aquella hora. Aquella dichosa hora, aquél maldito sueño, otra vez, nunca lo recordaba, pero sabía que había soñado “Eso” porqué siempre me despertaba muerto de miedo a la misma hora.

“No puede ser, ya van tres veces esta semana…”, cerré los ojos y noté algo extraño, al rozarlos con mis dedos noté la humedad. Estaba llorando. Enfadado, agarré el cojín y lo tiré al otro lado de la habitación, luego me tapé hasta los ojos con la manta. Caí dormido antes de que esta se posara encima de mi cuerpo.

Aún dormido un par de lágrimas resbalaron de entre mis párpados.