viernes, 9 de diciembre de 2011

BlackLabyrinth (5)


- ¿Has visto Dani? Gemma no ha venido hoy a clase… -. Como de costumbre, yo estaba basculando en mi silla, esperando el inicio de la clase de matemáticas sin demasiada ansia. Estaba preocupado por si los matones de Alex querían amenazarme hoy también y al principio no me percaté de que Carol se dirigía a mí.

- Dani… Dani, ¿me oyes?-. De golpe me di cuenta de que me hablaban y  me giré un poco avergonzado:

- Perdona Carol, si, es extraño que Gemma no venga… no suele perderse ninguna clase.- La chica me miró, parecía que quería decir algo, pero se quedó callada y bajó la mirada hacía su pupitre incómoda.

Siempre me hacía lo mismo, Carol y yo nos conocíamos desde primaria y de pequeños habíamos sido muy amigos, pero al empezar el instituto nos pusieron en clases distintas y nuestra amistad se enfrió, ahora la habían traspasado al cuarto B porqué sus notas habían mejorado y desde el principio de curso que intentaba hablarme con frecuencia, sin que de hecho acabáramos intercambiando más de dos o tres frases triviales.

Por cierto, siempre me había parecido curiosa la política del instituto de disponer a los alumnos por clases función de sus notas. Era un sistema absurdo ideado por los mandamases del centro que ante las quejas reiteradas de los padres por el sistema, sólo se les ocurrió maquillarlo cambiando el orden lógico, la “B” era la clase de los sobresalientes, la “A” la de los notables, la “D” de los “bien” y “suficiente” y la “C”… bueno, digamos que era una preparatoria para aquellos alumnos más dotados para la formación profesional.

Esta maniobra, llevada a cabo para adaptar el nivel de las asignaturas a las necesidades de cada alumno no parecía tener un efecto concreto más allá de destrozar la moral de aquellos pobres chicos y chicas que pertenecían a la clase “D” o “C” y, de todas formas, los alumnos que escapaban a cualquiera de las cuatro categorías, véase futuros delincuentes, estaban repartidos por las cuatro clases así que, en fin, en la clase de los “genios/empollones” “B” te encontrabas elementos cómo Alex.

En medio de mis pensamientos sobre cómo se organizaba la enseñanza pública de este país, parecía que hoy sólo pasaban por mi cabeza desgracias, no me percaté de que la profesora Matilde había entrado en clase y ya había empezado a escribir en la pizarra.
A toda prisa saqué la libreta de la mochila y empecé a copiar lo que ponía, aunque al ver abierta la maleta mis pensamientos volaron de la clase otra vez.

“ ¿Qué llevaría ayer Miquel en la mochila que provocará su enojo cuando la miré? Sólo vi un folio negro… pero, no sé porqué, tuve un escalofrío al verlo, ¿qué sería?”. Mi pupitre estaba al lado de la ventana y me acerqué a mirar, desde el segundo piso tenía una vista privilegiada del patio, fuera, en la puerta había los típicos estudiantes fumando María, identifiqué a Alex y recé para que decidiera saltarse todas las clases e irse pronto… o al menos antes de que yo tuviera que cruzar la misma entrada en la que él se apoyaba con sus compinches para ver las moscas pasar entre risitas incoherentes.

Un alumno se acercó a la entrada, lo identifiqué cuando vi que los seis Yonkis del portal de ponían rígidos de golpe y se giraban hacía el recién llegado. Era Miquel.

Por un momento temí que lo atacarán y ya me disponía a advertir a la profesora cuando vi que Miquel pasaba entre ellos sin ningún temor, apenas si se fijo en que seis pares de ojos lo seguían mientras entraba en el patio. Ninguno dijo nada, ninguno hizo amago de agredirle, tan sólo lo miraban y ni siquiera sus rostros eran amenazantes, advertí con asombro, lo miraban con una mezcla de confusión, respeto, precaución y… ¿miedo? ¿Podía ser?

- ¿Daniel, te importaría atender a la clase?-. Me giré hacía el rostro iracundo de la profesora ruborizado y me disculpé, mientras el cuarto “B” en bloque se reían por la “pillada”.

Miguel entró en clase unos segundos después, pidió permiso a la profesora, que le respondió que ya le había puesto falta de asistencia y que ahora no se la podía quitar, no pareció importarle demasiado, se sentó en su mesa del final del aula. Parecía cansado, se le marcaban las ojeras cómo sino hubiera dormido bien y parecía que no había tenido tiempo de ducharse o, al menos, de peinarse.

Pensé en preguntarle qué le pasaba durante el recreo, aunque me daba cierto corte, como ya dije, Miquel me intimidaba bastante, parecía de esa clase de personas que ponen un muro entre ellos y los demás y ,seguro que si ponían un  muro, era por qué no les apetecía nada que alguien se metiera en sus asuntos.

BlackLabyrinth (4)



La luna brillaba recortando nubes oscuras en el cielo que cada poco la ocultaban, era una noche cálida, como lo había sido la tarde aunque las temperaturas empezarían a bajar en picado ahora que la medianoche era pasada.
Salió de aquella casa como había entrado, tan silenciosamente que el perro , un enorme pastor Alemán, ni tan siquiera levanto las orejas, continuó durmiendo plácidamente en su caseta.
Al llegar al muro del jardín dejó a un lado el silencio y esprinto para llegar al borde de la barrera, colgado a horcajadas con una pierna dentro del recinto y la otra fuera puso la mano en el bolsillo y extrajo un silbato plateado, se bajó el pañuelo que le cubría la nariz y se acercó el instrumento a los labios.
Nadie oyó nada… excepto el perro, este se enderezó súbitamente y empezó a ladrar con fuerza, corrió hacia la puerta de hierro del jardín y se estampo con ella, siguiendo el rastro de alguien que ya no estaba allí. Unos segundos después otra figura salió de la casa, el perro la persiguió pero no llegó a alcanzarla, no era ni por asomo tan rápido como la primera, ni ágil, mucho menos silenciosa, sólo tenían en común una cosa. Fueran quienes fueran ambos iban vestidos de negro, fueran quienes fueran eran los dos únicos seres que sabían porqué en aquella casa se había cometido aquél crimen tan atroz.
A causa de los ladridos del perro, una luz se abrió en una de las habitaciones de arriba alguien se levantó muy cabreado con el perro, dispuesto a hacerle callar, pero algo en el pasillo detuvo a aquél tercer personaje. Un grito de mujer hendió el aire y pronto este grito seria seguido por las sirenas de la policía y una ambulancia que llegaba muy, muy tarde.
La noche había dejado de ser cálida.


Llegué a casa haciendo el menor ruido posible para no despertar a mis padres y no me sentí seguro hasta que no entré en mi habitación.
Me ahogaba, respiraba tan violentamente que apenas tragaba aire, aunque expulsaba un montón, empecé a marearme. Seguro de que iba a perder el conocimiento  empecé a arrancarme la ropa del cuerpo y a esconderla en el trasfondo oculto en mi armario. Si no lo hubiera hecho tantas veces por costumbre, el mareo sin duda me habría impedido esconder las pruebas. Cuando me hube quitado hasta el último retazo de ropa de mi cuerpo me tendí, tambaleante, en mi cama. Todo me daba vueltas, un nudo en mi pecho me impedía respirar, o llegaba oxigeno a mi cerebro.
Sabía que iba a vomitar, quizás quedara inconsciente, pensaba que ,con suerte, al fin moriría. Pero nada de eso sucedió.
Una lágrima resbalo por mi mejilla derecha, otra por mi mejilla izquierda un grito ahogado me estalló en el cuello y empecé a sollozar desconsolado, podía respirar, me ahogaba y respiraba al tempo que marcaban mis sollozos, sólo conseguí no gritar agarrando un cinturón de cuero de un cajón de mi mesita y mordiéndolo furiosamente mientras las lágrimas caían cómo una cascada.
Muerto de rabia y dolor, me dormí sin comprender que estaba dormido.






Me desperté chillando, amarado en sudor.
Al principio me vi envuelto en la misma oscuridad del sueño y me asusté, pero al poco mis ojos se acostumbraron y pude divisar ligeros rastros de objetos conocidos. Algunos haces de luz plateada se filtraban a través de la persiana mal cerrada. Estaba en mi habitación. Súbitamente agotado, me derrumbé encima del colchón y vi en el techo marcada con un láser rojo la hora. 2:21 Siempre era aquella hora. Aquella dichosa hora, aquél maldito sueño, otra vez, nunca lo recordaba, pero sabía que había soñado “Eso” porqué siempre me despertaba muerto de miedo a la misma hora.
“No puede ser, ya van cuatro veces esta semana…”, cerré los ojos y noté algo extraño, al rozarlos con mis dedos noté la humedad. Estaba llorando. Enfadado, agarré el cojín y lo tiré al otro lado de la habitación, luego me tapé hasta los ojos con la manta. Caí dormido antes de que esta se posara encima de mi cuerpo.
Aún dormido un par de lágrimas resbalaron de entre mis párpados.