miércoles, 30 de marzo de 2011

Black Labyrinth (1)

- Mediante su inteligencia y la utilización de los recursos disponibles a su alrededor el ser humano ha escalado hasta la cima de su ecosistema, convirtiéndose en el dominador del planeta… sus características lo convierten en el animal más particular y extraordinario conocido…-.

“Hay días en los que me aburro tanto en clase que desearía no haberme despertado... de hecho, creo que de cuando en cuando me duermo encima de mi pupitre, aunque quizás los fragmentos del discurso del profesor que me pierdo no se deban a fugaces ataques de somnolencia sino, más bien, al cacarear insistente de los demás alumnos y, sobretodo, alumnas de la clase que se meten dentro de mi cabeza como si del zumbido de miles de moscas cojoneras se tratara. A mí tampoco me gusta estar en clase pero, ya que estamos obligados a ello, ¿qué les costaría callarse y dedicarse a ignorar al profesor de forma silenciosa?”.

- ¿Tienes algo que objetar Miquel? -. “Mierda, me he quedado absorto en mis pensamientos y debo haber mirado al profe con cara de mala leche, otra vez”

- Si, objeto que me llamo Miguel , no “Miquel”-.

- Estamos en Cataluña -.

- Ya sé que estamos en Cataluña, pero mis padres son Andaluces y me bautizaron Miguel, los nombres no se traducen.- El profesor me mira con ardor, es de ese tipo de gente que no soporta que la contradigan y aún menos con argumentos validos.

- No contestes-.

- No pregunte-.

- Expulsado, ve a la sala de guardia-. Me levanto de mi asiento con desgana, ante las miradas extrañadas de mis compañeros, no es para nada habitual que me expulsen, bueno, de hecho no es para nada habitual que tan siquiera hable en clase, pero este profesor, Gerard Jonquera licenciado en filología Hispánica y profesor de castellano, me tiene especial manía.

Justo cuando llego a la puerta del aula se me ocurre una cosa. Sonriendo, me giro hacia el profesor y le doy un solemne apretón de manos ante su perplejidad.

- Gracias, Gerard , librarme de este sermón interminable es, sin duda, el premio a mi conducta que tanto merezco.-. Para cuando he cerrado la puerta de la clase todos los alumnos de cuarto de Eso se están carcajeando ante los inútiles intentos del profesor de conseguir que estén en silencio. Sé que esto me va a costar un buen tirón de orejas más tarde, pero lo cierto es que no me importa demasiado. No tengo ninguna intención de ir a la sala de guardias por lo que me dirijo al final del pasillo y bajo las escaleras hasta llegar a la planta baja, para luego salir tranquilamente al patio de detrás del instituto. El día está nublado, parece que va a llover, pero curiosamente la temperatura no es para nada fría.

Empiezo a pasear por el patio sin rumbo fijo pero, pasados unos segundos, me detengo súbitamente.

“Me ha parecido oír… no, no puede ser”. Aunque en el fondo de mi ser sé que sí que lo es. De nuevo se oye ese estridente silbido que me pone los pelos de punta, se asemeja al sonido que hace cuando accidentalmente rascas la pizarra con una uña.

Proviene de detrás del gimnasio dónde hacemos educación física.

Sigo el sonido teniendo especial cuidado en que ninguno de los alumnos de segundo que están haciendo clase me vea a través de los ventanales.

Entre el gimnasio y la valla que delimita el instituto sólo hay un estrecho pasillo de arena que no llega a los dos metros de anchura.

Aunque el silbido sigue sonando aparentemente no hay nadie allí, bueno, eso no es del todo correcto, yo sé que hay alguien, pero si cualquier otro estudiante mirara aquél estrecho sendero no vería a nadie.

Me acerco al sonido, su origen se encuentra hacia la mitad del gimnasio. Tengo la boca seca, como siempre noto escalofríos, aunque intento no demostrarlo.

- ¿Es que nunca me vais a dejar en paz?-. Exclamo a la nada. La única respuesta es el cese del silbido. El silencio se adueña del lugar, pero eso no hace sino aumentar la sensación de peligro.

A mis pies, se encuentra un gran sobre negro. No estaba allí unos segundos antes.

Quizás sea sólo mi imaginación pero justo enfrente mío se ve el paisaje más oscuro cómo si la luz pasara a través de un filtro opaco que la distorsionara.

Trago saliva y recojo el sobre, siento claramente que alguien me está observando mientras me alejo del lugar. Tengo miedo, pero no puedo hacer nada.

Me da miedo aquello que ha dejado el sobre a mis pies… pero sé que “eso” no es nada a lo que deba temer. Al menos nada en comparación con el contenido del sobre.




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